Una reacción alérgica a un calmante inyectado me ha hecho vivir una experiencia vital difícil de explicar y, mucho más, de entender si no se ha pasado por ella.
Acostado boca abajo me quedé adormilado. No sé cuánto tiempo había pasado cuando comencé a oír una voz amortiguada y lejana; reconocí la voz de mi esposa y noté que sus manos me zarandeaban. Aprecié el pánico en su llamada; alternaba mi nombre con el de mi hija, a la que llamaba desesperadamente. Intentaba moverme pero no podía; quería responderle pero no era capaz de hacer salir sonido alguno de mi garganta. Me faltaba el aire, a duras penas respiraba y sentía como un profundo sopor se iba apoderando de mi. Me alarmé; fui consciente de que algo iba mal. Pero enseguida una sensación de paz y bienestar se instaló en mi cuerpo. En un instante pasaron infinidad de imágenes y pensamientos por mi mente; el último para los míos y me apené por el difícil momento que les estaba haciendo pasar.
A continuación sentí que mi existencia se diluía plácidamente. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente.
Después volví a oír mi nombre y a alguien que decía “ya vuelve, ya vuelve”. Me costó una eternidad abrir los ojos. Al principio todo estaba borroso, pero poco a poco fui vislumbrando siluetas y por fin personas que me rodeaban y se ocupaban de mí.
Nunca he tenido miedo a la muerte y después de esta experiencia aún le tengo menos. Estoy convencido de que nuestro cuerpo está preparado para morir en cualquier momento; seguro de que cuenta con mecanismos especiales que se ponen en marcha cuando el tránsito es inminente.
Así lo sentí ese día 17 de agosto y fui consciente de que, después de la experiencia, mi vida ya no sería igual que antes. Curiosamente también nací otro día 17.
Desde entonces amo más la vida y valoro especialmente las pequeñas vivencias del día a día, disfrutándolas al máximo.
El pasado se esfumó y el futuro no ha llegado; sólo existe el presente y no nos podemos permitir el desaprovecharlo.
PD.- Quiero expresar agradecimiento infinito a mi familia por la rapidez y determinación con la que actuaron; a Elena por tener el antídoto; a Ascensión y los Doctores Joaquín y su esposa Inmaculada por su asistencia; y a todos aquellos que ofrecieron su ayuda y/o se interesaron por mí. Gracias.
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