La
alarma de su móvil sonó a las 6:30 h. como cada mañana. Mientras se duchaba iba
repasando mentalmente la agenda del día. Tomó su desayuno y se vistió
impecablemente con porte de ejecutivo, como siempre.
Cogió
su maletín y su portátil, las llaves del coche y salió de casa hacia el
despacho. Una vez en el vehículo puso su música preferida y salió al asfalto
dispuesto a afrontar una nueva jornada. Como un autómata tomó una ruta en
dirección contraria a la de todos los días.
Inmerso
en su interior, se encontró en una
pequeña explanada donde moría el camino forestal que había tomado unos quince
minutos antes. Paró el automóvil y acabó de escuchar aquella balada de saxo que
tanto le gustaba.
Cogió
sus herramientas de trabajo –maletín, portátil y móvil- y se adentró por una
senda flanqueada por esbeltos chopos de ribera.
Se
cruzó con dos jóvenes que venían corriendo y, al verlo de aquella guisa, se
quedaron perplejos, pararon y lo siguieron con su vista durante unos segundos
sin dar crédito a lo que veían.
Él
continuó, como si tal cosa, desviándose a la izquierda por una angosta vereda
que le condujo a un pequeño claro. Cada vez era más patente el suave murmullo
del agua acariciando sus tímpanos. La mueca de sonrisa que, ya hacía rato, se
había ido dibujando en su rostro, ahora se hacía más notoria abarcando ya toda
su cara. Su cuerpo producía endorfinas sin parar y un estado de bienestar se
apoderaba de su ser.
Buscó
un saliente sobre el cauce y se acomodó desplegando sus útiles.
Un rayo de sol apareció tímidamente entre las
ramas de los árboles acariciando cálidamente su rostro, lo que hizo acrecentar
aún más sus sensaciones.
Abrió
la agenda por la fecha y repasó las tareas pendientes. Comprobó que tanto su
móvil como el portátil tuvieran cobertura. Realizó una serie de llamadas a sus
clientes; repaso legislación; redactó documentos y llevó a cabo una serie de
cálculos relacionados con los tributos.
Sin
darse cuenta la mañana se había esfumado como por arte de magia.
Se
recostó sobre la hierba, emborrachándose del azul del cielo que se atisbaba
entre las hojas de los árboles mecidas suavemente por el viento, al tiempo que
la música del discurrir del agua por el lecho le regalaba los oídos, y el aire fresco
y limpio henchía sus pulmones.
Repasó
lo que había sido su existencia hasta ese momento; recordó a los seres queridos
que se habían ido y una paz serena se hizo en él.
A partir de ese día, su vida ya no sería igual.
A partir de ese día, su vida ya no sería igual.