preñadas de granos de esperanza,
reposando sobre el ocre de la tierra,
recogidas en gavillas por las manos,
rebosantes de fuerza y de vida,
de segadores atezados en el campo.
Las hoces cercenaron su
existencia,
dando a luz a ilusiones
compartidas.La cosecha como pago del trabajo,
de labradores curtidos en la sierra,
a base de sudores y fatigas,
para dar de comer a sus familias.
Los fajos extendidos en la
era,
sobre las piedras ordenadas
al efecto,esperando que el trillo los deshaga,
separando los granos de la paja.
Al ritmo de una jota soberana,
las caballerías danzan que te danzan.
Y después de la trilla, el
aventado.
Las horcas lanzadas hacia el
cielo,elevando la montonera al infinito,
al encuentro del viento esperado.
Las talegas henchidas al granero,
la dorada paja para su uso cotidiano.
Y al final de la jornada,
derrengados,
una frugal cena a la luz de
los candiles,y el merecido descanso en la cambra,
sobre cobertores encima de la paja.
Los sueños comienzan a volar,
deseando el regreso a las casas.
Así recuerdo los veranos de
cosecha,
como un tesoro guardado en mi
memoria.
Te leo a menudo, escribes con mucho sentimiento de esta nuestra tierra
ResponderEliminarEs reconfortante un comentario como el tuyo, además de ser un acicate para seguir. Gracías María.
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