Humeaba la vieja chimenea,
esparciendo los olores de la leña,
sobre el manto helado de rocío
que cubría los tejados de las casas.
El pueblo, adormilado todavía,
despertaba al toque de campanas.
El abuelo, ordenaba los aperos
y aparejaba a las caballerías.
Una nueva jornada comenzaba.
Las calles se llenaban de bullicio,
los chiquillos corrían a la escuela.
El fuego crepitaba en el hogar,
consumiendo viejos troncos de olivera.
Los pucheros arrimados a las brasas
preparaban, para luego, la comida.
Aroma de rosquillas en la estancia.
La abuela regentaba la cocina.
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