La alameda de chopos se engalana,
con bóveda de verdes redentores,
bajo el fondo azul de las alturas.
El río fluye sin descanso,
arrullando, con su dulce cantinela,
los vericuetos recónditos del alma.
El ocre de la tierra reverdece,
y la huerta, preñada de presentes,
nos ofrece sus frutos cada día.
Bajo la atenta mirada de las rochas,
los pájaros, suspendidos en el aire,
dibujan infinitas filigranas.
La existencia en el paraje se recrea,
nutriéndose de arcoíris infinitos
que serenan la andanza pasajera.
Sinfonía de ruidos y colores.
Todo es paz en la alameda.
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